El avance de la mujer en todos los campos de la sociedad transformó las estructuras familiares, dando lugar a distintos roles genéricos de evolución apenas previsible. Ante semejante situación de desconcierto, este libro analiza críticamente algunos modelos matriarcales vigentes, señalando sus virtudes y sus vicios. El recorrido se inicia con los mosuo, un pueblo de China, que supo retener la pureza del ideal gracias a su aislamiento y conseguir un alto grado de satisfacción entre sus integrantes. La siguiente escala es en México, donde habitan los zapotecas, un grupo indígena de gran importancia histórico-cultural en la formación de la identidad nacional, que, debido a una fuerte red de interacción colectiva y una lengua común en pleno vigor, logró mantener las tradiciones prehispánicas que concedían preponderancia económica y social a la mujer, mezclándolas con hábitos patriarcales, algunos de ellos atávicos. El destino final se encuentra en España y, por extensión, en la sociedad del capitalismo global, para considerar un fenómeno cada vez más frecuente y apenas estudiado: los clanes comandados por una matriarca despótica que utiliza a su conveniencia criterios patriarcales y matriarcales, según se trate de las relaciones exteriores o internas de la familia. Como resultado, promueve el machismo y la misoginia, mientras genera la sumisión de los varones en su propio beneficio, para terminar por destruir psicológicamente a los miembros del grupo, conduciéndolos a la infelicidad, cuando no a trastornos mentales y a toda clase de disfunciones. Esta secuencia de clanes matriarcales evidencia que su corrupción se produce por alianza con el capitalismo, basado desde su origen en fundamentos patriarcales. El consumismo, la competencia, la depredación de los recursos naturales, la acumulación material excedente puesta al servicio de la especulación comercial o financiera contradicen los principios del amor maternal y los valores de afecto, acogimiento, solidaridad y cuidado de los demás que promueve, y que sólo podrían alcanzarse tras una paciente educación para la libertad. Al fomentarse la disputa encarnizada en torno a los intereses materiales, también crece el antagonismo, el deseo de instrumentar y dominar a los demás, lo cual culmina en una situación de injusticia generalizada, violencia, dolor y frustración, a medida que se implantan la soberbia y el capricho de los poderosos a fuerza de egoísmo y vanidad.