La escritura de Lorea Canales tiene una voz peculiar: como hecha sobre las rodillas, fingidamente descuidada, pero pletórica de sustancia, sin adornos ni alardes. Es como si en cada historia se colocara en el centro de una nebulosa y no tuviera el tiempo de abarcar toda la extensión, dejando en el lector la sensación agridulce de haber atrapado solo una mínima parte de un todo más vasto. Esto, creo, es escribir modernamente. En el cuento "Carmen Redux", subrayando la frase "los momentos felices insertados en lo atroz", habla acerca de la memoria, o, mejor dicho, de cierta terapia curativa que pretende ensanchar el terreno de la memoria para curar algunos traumas vinculados con un instante particular, colocando el momento atroz en una red que lo acoge y en cierto modo lo diluye. Ese pasaje describe indirectamente la poética del libro: escrita con un ojo a su tema y otro a sus alrededores, como a sabiendas que el "rumor" que acompaña la historia es tan necesario como la historia misma. De ahí esa sensación de aparente descuido o distracción, que hace tan disfrutable seguirlo en cada línea, como si cada una de ellas diera lo mejor de sí.