Clara se llama Aurora. Clara se llama Rosita. Clara se llama como tú y como yo. Clara escribe su propio cuento de hadas hasta borrarse, recortarse, intercambiarse y devenir, por lo tanto, eterna. Clara está conformada de partes sacadas de un huesario. De un nombre compartido. De palabras, de sentidos, de intenciones impuestas y de familias convertidas en tales a partir del manejo de sus propias princesas, regadas como piedritas por aquí y por allá. Clara se engargola los pies en zapatillas para bailar el vals de sus XVI años; el vals de un día a la vez, de un encierro a la vez, de un sueño a la vez; el vals del no quería tener hijos, dice [
] sí quiere. El vals que baila sola porque de todas formas nadie le preguntó.
Princesas para armar recurre a un aliento entrecortado de alguien que está saltando, bailando dirían afuera, pero sabemos que Clara corre, brinca, intenta desprenderse de la coreografía que la mueve y la obliga a mostrarse suspendida y grácil ante la mirada fija del mundo puesta sobre ella. En este libro, Anaclara Muro trenza con armonioso humor negro una voz lírica que se burla de voces casi siempre masculinas que van acotando la historia de las múltiples Claras, a manera de guía, del sentido del deber, de prenda ortopédica. La autora juega, sin miedo, con diversos géneros textuales y registros que dialogan con los poemas y componen el discurso de este poemario, el cual nos confronta y ante al cual nos desarmamos; un libro sin concesiones que alerta: