En su proceso de colonialidad, el capital busca el dominio de las relaciones espaciales y temporales. Esta estructuración de relaciones de poder transforma los territorios que construyen los pueblos indígenas en su relación con la naturaleza. Para el capitalismo, la naturaleza no puede ser un ser vivo que posea alma, donde las montanas, junto con los ríos, estén vivos, donde alrededor de la madre tierra se le construya una ritualidad que la respete y la recree. Dominar la cosmovisión de las comunidades originarias es fundamental para los procesos de privatización y desterritorialización de los campesinos e indigenas del mundo. La búsqueda de la proletarización del campesino en el siglo XXI es un marco de la utopia perversa del capital que despliega con todas sus fuerzas la neocolonialidad.