La pena de muerte estadounidense es una institución peculiar, singularmente estadounidense. A pesar de su total abolición en otras partes del mundo occidental, la pena capital continúa en docenas de sus estados un hecho que es frecuentemente discutido pero raramente entendido. Igual desconcierto rodea la forma peculiar que actualmente adquiere la pena capital estadounidense, con su aplicación inconsistente, sus demoras aparentemente interminables y la incertidumbre con respecto a si, en el caso concreto, efectivamente se llevará a cabo alguna vez. Nada de esto parece conducente a los fines del control del delito o de la justicia penal. En un estudio brillantemente provocativo, David Garland explica esta tenacidad y demuestra cómo la práctica de la pena de muerte ha pasado a tener los sellos distintivos de las instituciones políticas y conflictos culturales estadounidenses.
El federalismo radical y la democracia local estadounidenses, como también su legado de violencia y racismo, explican la divergencia con respecto al resto de Occidente. Mientras que las élites de otros países fueron capaces de imponer la abolición a nivel nacional, a pesar de las objeciones de la opinión pública, las élites estadounidenses son incapaces y no están dispuestas de terminar con un castigo que goza del apoyo de las mayorías locales y un lugar celebrado en la cultura popular.
En el curso de cientos de decisiones, la justicia federal buscó racionalizar y civilizar una institución que, con mucha frecuencia, se asemejaba a un linchamiento, produciendo superposiciones de planteos procesales y con ello demoras y revocaciones. Aún así, la Corte Suprema insiste en que esta cuestión debe ser decidida por los actores políticos locales y la opinión pública. Por lo tanto, la pena de muerte sigue respondiendo a la voluntad popular, aumentando el poder de los políticos y de los profesionales de la justicia penal, proveyendo material dramático a los medios de comunicación y complaciendo a una audiencia pública que consume sus escalofriantes historias.
Garland aporta una nueva luz para nuestra comprensión de esta institución peculiar y un nuevo desafío tanto para quienes se oponen como para quienes simpatizan con ella.