En nuestras sociedades, en las que los antiguos modelos de género se borran, la construcción social de lo masculino se fragiliza. Entrar en la piel de un hombre resulta particularmente muy difícil para ciertos adolescentes que acumulan problemas afectivos y sociales sin encontrar a su lado adultos confiables. Las conductas de riesgo están marcadas por las connotaciones sociales del género. En las chicas, adoptan formas discretas, silenciosas, allí donde en los chicos son una exposición de sí, generalmente bajo la mirada de los pares. Muchas de esas conductas de riesgo masculinas se relacionan con ritos de virilidad, con ritos del entre-nos. Esta imagen de sí que hay que glorificar alimenta muchas formas de violencia, en ocasiones extremas, tales como las matanzas escolares y el yihadismo. Allí, se encuentran la imposibilidad de identificarse con los otros, un odio feroz que sirve como admisión en el mundo, una fascinación por la imagen y la sensación de alcanzar una especie de inmortalidad a través de la virulencia del acto. El libro se centra, sobre todo, en las diferentes formas de violencias masculinas.